Por David Toscana.- New York
Al
principio de la semana noté, entre las ofertas de trabajo del periódico
Reforma, un anuncio de un restaurante en la Ciudad de México que buscaba
lavaplatos. El requisito: un diploma de secundaria.
Hace algunos años, la escuela no era para todos.
Los salones eran espacios para la disciplina y el estudio. Los maestros eran
figuras respetadas. Los padres incluso les otorgaban el permiso para castigar a
sus hijos por medio de bofetadas o jalones de orejas. Pero por lo menos en esos
tiempos, las escuelas buscaban ofrecer a sus estudiantes una vida más digna.
Hoy más que nunca hay un mayor número de niños inscritos
en el sistema educativo, pero aprenden mucho menos. Casi no aprenden nada. La
proporción alfabetizada de la población mexicana está creciendo pero, en
números absolutos, hay más analfabetas en México hoy en día de los que había
hace 12 años. Aunque el alfabetismo básico, o sea la habilidad para leer
señalamientos urbanos o el título de algún reportaje periodístico esté
creciendo, el hábito de leer un libro permanece estancado. Alguna vez
considerado un país bien educado, México ocupó el penúltimo puesto, de 108
países, en un sondeo conducido hace algunos años por la UNESCO sobre hábitos de
lectura.
Uno no puede sino preguntarle al sistema educativo
mexicano: ¿Cómo es posible que te entregue a mi hijo durante seis horas al
día, cinco días a la semana y me regreses a alguien básicamente analfabeta?
A pesar de recientes avances en el desarrollo
industrial y un número creciente de egresados en ingenierías, México se está
estancando en materia social, política y económica debido a que muchos de sus
ciudadanos no leen. Tras su llegada al poder en diciembre, nuestro nuevo
presidente, Enrique Peña Nieto, anunció inmediatamente un
programa para mejorar la educación. Esto es típico. Todos los presidentes lo hacen al
asumir el cargo.
Y ¿cuál fue el primer paso para mejorar la
educación? Encarcelar a la lideresa del sindicato de maestros, Elba Esther
Gordillo – cosa que hizo la semana pasada. Se sospecha que la señora Gordillo,
quien dirigió al sindicato de 1.5 millones de miembros durante 23 años,
malversó alrededor de 200 millones de dólares.
Ella debe estar tras las rejas; pero una reforma
educativa enfocada en los maestros en lugar de los estudiantes no es nada
nuevo. Por muchos años, el trabajo del secretario de educación no ha sido
educar a los mexicanos, sino lidiar con los profesores y sus temas laborales.
En México, nadie organiza tantas huelgas como el sindicato de maestros. Y
tristemente, muchos profesores, quienes compran o heredan el puesto, carecen a
su vez de la educación necesaria.
Durante una huelga en 2008 en Oaxaca, recuerdo
caminar por el campamento temporal en búsqueda de algún profesor leyendo algún
libro. Entre decenas de miles, no logré encontrar uno solo. Lo que sí encontré
fue gente escuchando música a todo volumen, viendo la televisión, jugando a las
cartas o el dominó, vegetando. También vi un par de revistas sensacionalistas.
Así que no me debió haber sorprendido la respuesta
que recibí de una audiencia de aproximadamente 300 adolescentes de entre 14 y
15 mientras conducía un evento en pro de la lectura. “¿A quién le gusta leer?”
pregunté. Sólo una mano se alzó en el auditorio. Elegí a cinco de la mayoría
ignorante y les pedí que me dijeran por qué no les gustaba leer. El resultado
fue predecible: tartamudearon, se quejaron y se impacientaron. Ninguno era
capaz de articular una frase, de expresar una idea.
Frustrado, le pedí a la audiencia que se levantara
y fuera a buscar algún libro para leer. Uno de los profesores se me acercó, muy
consternado. “Todavía tenemos 40 minutos”, me dijo. Le pidió a los chicos que
se sentaran de nuevo, y comenzó a contarles una fábula sobre una planta que no
lograba decidir si quería ser una flor o una col.
“Señor – le susurré – esa historia es para niños de
kínder”.
En 2002, Vicente Fox inició un plan nacional de
lectura; escogió como vocero a Jorge Campos, un popular jugador de futbol;
ordenó imprimir millones de libros y mandó construir una inmensa biblioteca.
Desafortunadamente, los maestros no fueron capacitados adecuadamente y a los
niños no se les dio tiempo para leer en la escuela. El plan se enfocó en el
libro en lugar del lector. He visto bodegas llenas de cientos de miles de libros
olvidados, destinados originalmente para escuelas y bibliotecas, esperando
simplemente a que el polvo y la humedad los conviertan en basura.
Hace algunos años, hablé con el secretario de
educación de mi estado natal, Nuevo León, acerca de la lectura en la escuela.
Me miró, sin comprender qué quería. “En las escuelas a los niños se les enseña
a leer”, me dijo. “Sí – le contesté – pero no leen”. Le expliqué la diferencia
entre saber leer y leer de hecho, entre descifrar anuncios en la calle y
acceder al canon literario. Se preguntaba cuál era el punto de que los
estudiantes leyeran a Don Quijote. Me dijo que teníamos que enseñarles a leer
el periódico.
Cuando mi hija tenía 15 años, su profesora de
literatura prohibió todas las obras de ficción en el salón. “Vamos a leer
libros de texto de historia y biología – les dijo – porque así aprenderán y
leerán al mismo tiempo”. En nuestras escuelas, a los hijos se les enseña lo que
es fácil de enseñar y no lo que necesitan aprender. Es por esta razón que en
México – y muchos otros países – las humanidades han sido dejadas de lado.
Hemos convertido a las escuelas en fábricas que
escupen empleados. Sin ningún tipo de reto intelectual, los estudiantes pueden
avanzar de un grado a otro mientras asistan a clase y se rindan ante sus
maestros. A la luz de lo anterior, es natural que la secundaria este
capacitando choferes, meseros y lavaplatos.
Esto no sólo se trata de un mejor presupuesto.
México gasta más de 5 por ciento de su producto interno bruto en educación –
prácticamente el mismo porcentaje que los Estados Unidos. Y tampoco se trata de
teorías pedagógicas y nuevas técnicas que busquen atajos. La máquina educativa
no necesita un ajuste, necesita un cambio completo de dirección. Necesita hacer
que sus estudiantes lean, lean, lean.
Pero quizás el gobierno mexicano no está listo para
que su gente esté verdaderamente educada. Sabemos que los libros dan a la gente
ambiciones, expectativas y un sentido de dignidad. Si mañana despertáramos tan
educados como los finlandeses, las calles estarían llenas de ciudadanos
indignados y nuestros asustados gobiernos se estarían preguntando de dónde
sacaron estas personas algo más que la formación de un lavaplatos.
*Escritor regiomontano, se
graduó como Ingeniero Industrial y de Sistemas en el Instituto Tecnológico y de
Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). En 1994 formó parte del International
Writers Program, en la Universidad de Iowa, y, en 2003, del Berliner
Künstlerprogramm. Su novela El último lector recibió los premios
Antonin Artaud, el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada
y el Premio José Fuentes Mares. En 2008 recibió el Premio Casa de las Américas
de Narrativa José María Arguedas por El ejército iluminado.
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