El Heraldo de Chiapas
14 de septiembre de 2013
RICARDO CUÉLLAR VALENCIA
Por las
sendas de las lecturas en casa y por donde iba a auscultar libros el
joven Jorge Luis se encontró con Thomas Caryle, uno de los escritores
que lo fascinaron desde sus comienzos como lector. Por medio de él se
encontró con Schopenhauer. El maestro de Nietzsche le fue muy
provechoso al descubrir la idea de la voluntad como una fuerza creativa
en un mundo de apariencias ilusorias. En su Autobiografía escribió: "Si
el enigma del universo puede formularse en palabras creo que esas
palabras están en su obra". Decidió aprender alemán para leer en el
original al filósofo. Intentó en principio acercarse al Fausto de Goethe
y a la Crítica de la razón pura de Kant. Debió ir a la poesía, al
Intermezzo lírico de Heine -cantor de viejas tradiciones alemanas- para
entrar con mayor facilidad al idioma, y así pudo leer y releer a
Schopenhauer.
Después de vivir en Ginebra tres años en el aislamiento llegó a conocer un amigo de su edad: Maurice Abramowicz. Los dos eran lectores de literatura y seguramente este amigo lo llevó a relacionarse con los poetas simbolistas franceses. Comentó alguna vez que se aprendió de memoria Las flores del mal de Baudelaire y El barco ebrio de Rimbaud. Por esos días explicó a sus padres que deseaba ser escritor. Empezó a escribir poesía, sonetos en francés e inglés. Imitaba a los simbolistas en francés y recuerda que escribió "malas imitaciones de Wordsworth", incluso intentó escribir poemas en latín. Cuando deseó enseñarle sus escritos al padre, su respuesta fue nada generosa, cuenta en la Autobiografía: "quería mostrarle mis manuscritos a mi padre, pero él me dijo que no creía en los consejos y que debía aprender solo, mediante la prueba y el error". Por medio de Abramowicz conoció a Simón Jichlinski; fueron sus dos primeros amigos, entusiastas por la literatura. "Estos dos muchachos, cuenta el biógrafo de Borges, Edwin Williamson, que tenían más o menos la misma edad, se convirtieron en los dos primeros auténticos amigos que había tenido nunca, y el hecho de que fueran judíos puede explicar su afecto duradero por los judíos y su cultura". Con ellos acostumbraba a ir a nadar y recitar poesía en las orillas del Ródano; por ese tiempo "empezó a quedarse afuera tarde por la noche, visitando tabernas y haciendo caminatas por las calles" (E. W.), "en las que se discutía de todo y de nada". Estas amistades le permitieron zafar un tanto las ataduras familiares. Otra apertura va a ser su acercamiento a la realidad política europea, a la guerra que se venía dando. Leyó Le feu, de Henri Barbusse, novela contra la guerra y en especial frecuentó a Romain Rolland, por medio del cual se acercaría a las ideas socialistas que emergían por entonces.
Después de vivir en Ginebra tres años en el aislamiento llegó a conocer un amigo de su edad: Maurice Abramowicz. Los dos eran lectores de literatura y seguramente este amigo lo llevó a relacionarse con los poetas simbolistas franceses. Comentó alguna vez que se aprendió de memoria Las flores del mal de Baudelaire y El barco ebrio de Rimbaud. Por esos días explicó a sus padres que deseaba ser escritor. Empezó a escribir poesía, sonetos en francés e inglés. Imitaba a los simbolistas en francés y recuerda que escribió "malas imitaciones de Wordsworth", incluso intentó escribir poemas en latín. Cuando deseó enseñarle sus escritos al padre, su respuesta fue nada generosa, cuenta en la Autobiografía: "quería mostrarle mis manuscritos a mi padre, pero él me dijo que no creía en los consejos y que debía aprender solo, mediante la prueba y el error". Por medio de Abramowicz conoció a Simón Jichlinski; fueron sus dos primeros amigos, entusiastas por la literatura. "Estos dos muchachos, cuenta el biógrafo de Borges, Edwin Williamson, que tenían más o menos la misma edad, se convirtieron en los dos primeros auténticos amigos que había tenido nunca, y el hecho de que fueran judíos puede explicar su afecto duradero por los judíos y su cultura". Con ellos acostumbraba a ir a nadar y recitar poesía en las orillas del Ródano; por ese tiempo "empezó a quedarse afuera tarde por la noche, visitando tabernas y haciendo caminatas por las calles" (E. W.), "en las que se discutía de todo y de nada". Estas amistades le permitieron zafar un tanto las ataduras familiares. Otra apertura va a ser su acercamiento a la realidad política europea, a la guerra que se venía dando. Leyó Le feu, de Henri Barbusse, novela contra la guerra y en especial frecuentó a Romain Rolland, por medio del cual se acercaría a las ideas socialistas que emergían por entonces.
En una entrevista
recordó que la novela, Jean Chistophe de Romain Rolland, era, para su
generación "el santo y seña". El proceso político que se iniciaba en
1917, con la Revolución rusa, a los tres amigos los entusiasmó. La
posición crítica contra el militarismo y su apoyo al socialismo
revolucionario lo condujo a uno de los descubrimientos literarios "más
importantes de su juventud: dio con el expresionismo alemán, cuyo
impacto con sus ideas estéticas sería decisivo y de larga duración" (E.
W.). Exactamente eran los años de la exploración de las vanguardias
artísticas y literarias. Los expresionistas alemanes surgieron desde la
primera década del siglo XX. "Los expresionistas rompieron con las
convenciones de la representación naturalista en la literatura o en las
artes visuales y buscaron transmitir su respuesta individual al mundo
físico reflejando la experiencia sensorial a través del sentimiento y la
imaginación" (E. W.). Esta decisiva experiencia transformadora el
biógrafo la destaca así: "El expresionismo alemán atrajo a Borges como
escritor en ciernes en Ginebra porque estaba de acurdo con ciertas
intuiciones profundas que había alimentado desde niño. El emocionalismo
intenso de los expresionistas se correspondía con su sensación de la
magia de la poesía o de escribir como un éxtasis. Y como el movimiento
concebía el arte como interacción entre el individuo y el mundo, el
expresionismo también le daba validez a su sensación de la pluma como
arma, como el puñal del tigrero, a través del cual el escritor podía
conectarse con la realidad". Fue por esos días que leyó con entusiasmo a
Johannes v. Becher, Franz Pfemfert, Otto Ernest Herre, Max Pauluer,
Gustav Meyrink, Franz Werfel, Hasenclever y otros tantos.
Dejó a un lado
a Carlyle y convirtió en su héroe literario a Johnnes Becher, del cual
dijo: "El más grande poeta de Alemania y uno de los poetas cúspides de
la épica pluricorde europea. Crucificado sobre el mutilado torso de
Europa supo ritmar, en sus himnarios plenos de oceánicas resonancias, la
gesta de la guerra y la revolución, de la agonía y del resurgimiento
(...) Desde la guerra de Berlín nos tiende sus poemas: puentes elásticos
de acero que iluminan las máximas banderas de las metáforas". Pronto
Becher será desplazado por Walt Whitman, hallado en medio de sus
lecturas de los expresionistas. Con Whitman todo sería distinto.
Descubrió en él "el ejemplo supremo de la escritura como éxtasis,
poseyendo, según él lo veía, una pasión y vitalidad que perseguiría en
su propia escritura durante la mayor parte de su vida". Varios ensayos
escribió sobre el poeta norteamericano; escritor decisivo para la
generación de Borges y las venideras.
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