En México, hay una gran cantidad de estrategias que promueven el gusto
por la lectura, pero en contraste se carece de mediciones.
Los bajos niveles de lectura en el país se confirman con los datos
internacionales. En 2006, México ocupó la posición 107 dentro de 108
países en cuanto a hábito lector, según un reporte de Naciones Unidas,
pues sólo el 2% de los mexicanos tiene ese hábito; muy lejos de naciones
como Japón con 91%, Alemania con 67% y Corea con 65%.
Para el escritor y Académico de la Lengua Felipe Garrido en la promoción
de la lectura en el país hubo un problema muy grave en el año 2001,
cuando terminaron con el programa Rincones de Lectura.
“No era nada más repartir libros, era un programa de trabajar con los
maestros para que conocieran los libros que se les repartían y
trabajaran con ellos, era un programa de capacitación de maestros que se
sustituyó con el de Bibliotecas de Aula que ha puesto más libros que
nunca jamás en la historia de este país en las escuelas, pero repartir
libros nada más no sirve de nada, es una forma de tirar dinero”, asegura
Garrido.
El también ensayista dice que 2001 para acá se el fomento a la lectura
en las escuelas se volvió muy disparejo, hay estados donde se han seguid
trabajando con los maestros y otros donde se ha abandonado
absolutamente la relación con los profesores.
Juan Domingo Argüelles mira hacia más cerca, al gobierno anterior que
quiso elevar la estadística obligando a leer a los escolares más libros y
no consiguió aumentar el número de lectores ni logró que los
estudiantes se aficionaran más a los libros porque todo lo que se obliga
es una vacuna contra el placer.
“Lo mejor que le ha pasado a la lectura es que se haya vuelto un tema de
moda, porque ha puesto en medio de la reflexión este asunto tan
importante. Sin embargo, también, lo peor que le ha pasado a la lectura
es que se haya vuelto un tema de moda, porque todo el mundo hoy se
cuelga de este tema: políticos y mercaderes. Los primeros para echar
discursos bonitos; los segundos para vender lo que sea que se parezca a
un libro”, dice Argüelles.
Luego se centra en las campañas de fomento a la lectura nacidas en la
iniciativa privada, como la del Consejo de la Comunicación que califica
de patética: “los portavoces de la lectura son, en general, los que
menos ejemplo dan de la lectura. La campaña de Gandhi es simpática,
ingeniosa, fresca y atractiva, pero no hay que olvidar que es una
campaña publicitaria (muy buena), pero no exactamente una campaña de
promoción a la lectura, aunque la promueva: el objetivo es vender libros
de una forma muy creativa”.
El poeta y ensayista sentencia: “Los programas y campañas de lectura en
México carecen de creatividad: vuelven una y otra vez a lo mismo, que ya
es puritita burocracia: maratones de lectura, discursos ennoblecedores y
enaltecedores del “hábito” de leer, sonsonetes que ya son lugares
comunes, y sólo se ve esta ebullición artificial el 23 de abril y el 12
de noviembre: días mundial y nacional del libro ya se han convertido
como el Día de la Madre: sólo se acuerda la gente que tiene madre el 10
de mayo”.
Mañana, en todo el país se celebrará el Día Mundial del Libro, incluso
ya comenzaron los festejos con ferias, lecturas en voz alta,
presentaciones, subastas, conferencias, espectáculos e intercambio de
libros.
Argüelles concluye categórico: “Todo lo que hace un gobierno (que
siempre es poco) en este terreno, viene el siguiente y lo arrasa, para
comenzar de cero, y al comenzar de cero, luego de seis años, llegará
quizá a la calificación de cuatro o cinco, pero jamás alcanzará el diez.
Es lo malo de reinventar el país cada seis años. No conozco (porque no
hay) ninguna evaluación de los programas que desaparecen cada sexenio”.
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