Hasta 2006, cuando se realizó la Encuesta Nacional de Lectura, impulsada por
el Consejo Nacional para Cultura y las Artes (Conaculta), en México no había
datos sobre la lectura y los lectores, sobre los gustos o aficiones que los
mexicanos tienen por los libros; con esa encuesta se supo que los mexicanos
leían en promedio 2.9 libros al año.
A finales de 2012, la Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura, A.C.
(FunLectura) presentó la segunda Encuesta Nacional de Lectura, los resultados
alarmaron a más de uno, pues los avances son mínimos: los mexicanos leen 2.94
libros al año, un incremento mínimo comparado con los resultados de 2006.
A pesar de que son pocas las mediciones que se han hecho en materia de fomento
a la lectura, existe una buena cantidad de programas y campañas a favor de
ella, tanto desde el gobierno federal, como de los gobiernos estatales y
locales, y desde luego desde las iniciativas, que cada vez más, emprende la
iniciativa privada.
En las estaciones del Metro y en parabuses, en las escuelas de educación
básica, en las bibliotecas y centros culturales, en los hogares y en los
parques, en las empresas, los hospitales y entre algunos policías y bomberos,
sobre bicicletas o camiones, a través de frases y anuncios en la televisión con
cantantes y actrices de moda, mediante pequeños círculos de lectura o en
presentaciones masivas “de lectores”, en México se difunden mensajes que
invitan a leer y a dar el gran paso de convertirse en lectores.
Juan Domingo Argüelles, estudioso de la lectura, asegura que las
estadísticas de lectura de 2006 y 2012 no son perfectas, pero permiten ver que
hay un problema. “Muchas veces no se sabe cuál es el problema, o bien no se
sabe resolver porque se cree que se trata únicamente de un asunto estadístico”.
A esas encuestas nacionales se han sumado otros trabajos menos ambiciosos
pero igual de reveladores, como la Encuesta sobre prácticas lectoras, con
estudiantes desde preescolar hasta secundaria, realizada en 2006 por la SEP y
el INEGI; así como la Encuesta sobre prácticas culturales y lectoras en la
Universidad Veracruzana en 2007.
Entre el 16 y 18 de abril de este año, EL UNIVERSAL realizó una encuesta
telefónica nacional sobre campañas de lectura, entre 800 ciudadanos mayores de
18 años de los 32 estados de la República Mexicana.
La historia lectora en México
Aunque el antecedente más conocido en materia de fomento a la lectura data
de 1980 cuando se instituyó la Feria Internacional del Libro Infantil y
Juvenil; iniciativa a la que se sumó, en las escuelas de educación básica, en
1986, el Programa Rincones de Lectura con sus Libros del Rincón, es en los
últimos 15 años que se comenzó a hablar más ampliamente del tema y se empezaron
a emprender campañas con la idea de convertir a México en un país de lectores.
Desde entonces, se han multiplicado las iniciativas pero suelen tener fecha
de caducidad; los programas o campañas que arrancan desde los gobiernos,
terminan con el gobierno que concluye y arrancan con el gobierno en turno. Tal
como señala el poeta y ensayista Argüelles:
“Las campañas y programas de lectura en México, en todos los niveles, desde
hace al menos treinta años, siguen repitiendo una y otra vez lo mismo. Quien
sea curioso que vaya a las hemerotecas y no encontrará nada diferente en el
discurso. Ha habido programas extraordinarios: dos de éstos fundamentales: los
Rincones de Lectura y las Salas de Lectura. Otros han pasado con más pena que
gloria”.
De estos últimos, Argüelles cita las bibliotecas escolares y de aula que en
muchos casos sólo sirvieron para que ciertos editores colocaran mercancía de
bajas calidad y utilidad, y poco placer para los alumnos. “No hubo una
capacitación para los maestros que consiguiera que la lectura fuese algo
atractivo para niños y jóvenes, y no una imposición más para luego hacer
resúmenes. Esto tanto en el nivel federal como estatal y municipal”, dice el
autor de ¿Qué leen los que no leen?, Leer es un camino, Si quieres… lee, Estás
leyendo… ¿y no lees? y Escribir y leer con los niños, los adolescentes y los
jóvenes, entre otros.
El también estudioso de la lectura, Felipe Garrido afirma que “absolutamente
todo lo que hagamos será casi inútil si no se hace el principal trabajo de
promoción a la lectura desde la escuela, todo lo que se haga está bien, ayuda,
yo no quiero que nada de eso se suspenda, pero el movimiento esencial, lo que
de veras puede cambiar la situación del país es lo que se haga desde la
escuela”. Por eso celebra que desde hace dos años la SEP haya comenzado el
programa “Leamos mejor día a día”, que incluye media hora de lectura diaria en
las actividades la escuela.
“Hay gente que se ha tomado muy a pecho lo de los 20 minutos y creen que
está prohibido leer más de 20 minutos. No. Es de 20 minutos a lo que aguanten;
hay que evitar que la lectura parezca que es algo que tiene que ver sólo con la
escuela; sí, la lectura tiene que ver con la escuela, pero también con tiempo
libre, vacaciones, fines de semana, actividades de la familia”, agrega Garrido.
David
Huerta, en su columna del 13 de marzo de 2013, en EL UNIVERSAL, cuestiona la
campaña de 20 minutos de lectura al día pues dice que fue diseñada por gente
adicta al gimnasio. “Los buenos lectores saben que esos 20 minutos no sirven
para nada: Es posible que en 20 minutos o menos leamos un poema que nos cambie
la vida. Pero la maravilla de la lectura no están en esos minutos
cronometrados; está en otra parte, en otro tiempo”.
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