jueves, 26 de junio de 2014

Hablemos con ellos. Oscar Brenifier. Grijalbo



No es fácil debatir en casa, ya sea en pareja o entre padres e hijos. No sólo porque las ideas y las maneras de pensar no son las mismas, sino porque los diversos intereses, más o menos implícitos, desempeñan un papel. Intereses de poder, intereses de autonomía, intereses de responsabilidad, intereses sentimentales, intereses de reconocimiento, intereses de estatus, etcétera, intereses que a menudo no están explícitos, tan inconscientes como cargados de emociones.
 
Tantos obstáculos como discusiones bien fundamentadas y de todos modos, las perspectivas y expectativas de padres e hijos a menudo son irreconciliables. ¿De qué se trata entonces?, ¿de intercambiar perspectivas, de confrontarse, de negociar? ¿Quién tiene la razón? ¿Quién lo decidirá?
 
En este libro se tratan varios temas, algunos de los más comunes en el seno de la familia, se describen dilemas clásicos que los articulan, pero no se pretende proporcionar una llave maestra, por frustrante que ello sea para el lector, en particular para un padre que desearía “resolver el problema” o “conocer la verdad”.
 
Más bien se pretende mostrar que este tipo de discusiones son universales, es decir, banalizar los intereses. ¡Cuántos hijos y padres dramatizan las discusiones cotidianas atribuyéndoles un carácter extraordinario! Una vez que nos percatamos de que el tema y el arrebato que lo acompaña son totalmente banales, no se puede evitar tomar cierta distancia.
 
¡Cuántos hijos acusan a sus padres de ser diferentes y extraños en comparación con otros padres, incluso de no comportarse como “verdaderos” padres! ¡Cuántos padres ven a su hijo como un caso extremadamente especial!, resulta a la vez comprensible y absurdo. El mostrar que todas esas situaciones son repetitivas y previsibles permite incluso hasta reír.
 
Después, hacer conciencia de uno mismo, ya sea que sea uno padre o hijo, al mostrar los comportamientos habituales, las obsesiones, los estereotipos, la mala fe y la terquedad, en espera de que ello haga más razonables a unos y a otros.
 
A continuación, fomentar la reflexión por medio de ciertos argumentos inclinados hacia ambos lados de la discusión, lo que permite enriquecerla y comprender mejor los problemas de los diferentes puntos de vista posibles. Para ello, el análisis, aunque reducido, ofrecerá un complemento importante al diálogo.
 
Por último, una recomendación: la paciencia es el secreto de todo diálogo. Por tanto, es también el obstáculo principal de la mayoría de los diálogos familiares. Por extraño que parezca, más que el contenido y los argumentos, es la paciencia el recipiente en el que se articula el pensamiento y el intercambio. Es ella la que permite saber escuchar sin irritarse demasiado sobre ciertas posturas y por tanto, sin abandonar los principios o valores básicos que nos pertenecen.

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