De
principio una Biblioteca es un “Lugar donde se guardan libros”. Su
historia corre paralela a la evolución de la escritura y el libro. Desde
las primeras bibliotecas como la de Ebla,
la mítica de Alejandría o la de Pérgamo, hasta nuestros días, su
función y su vocación han ido cambiando: desde conservar o registrar los
hechos ligados a la actividad religiosa, política, económica y
administrativa, hasta reunir todo el conocimiento social de su tiempo y
ponerlo a disposición de los eruditos. Primero fueron regidas por
instituciones paganas; después tuteladas por la Iglesia se refugiaron en
los monasterios; con las revoluciones francesa y americana se
extendieron por Europa y América nuevos principios democráticos y el
nacimiento de una verdadera voluntad de hacer accesible la cultura y la
educación para todos, pero el deseo de acercar la cultura a toda la
sociedad no consiguió hacerse realidad hasta mediados del siglo xix, con la aparición en el mundo anglosajón de la biblioteca pública.
Hoy
en día existen en el mundo bibliotecas maravillosas, por el tamaño de
sus acervos, por sus instalaciones e inclusive por su arquitectura. Además
de libros, periódicos y revistas, la mayoría de las bibliotecas
públicas actuales tienen una amplia muestra de otros medios de
comunicación, entre los que se incluyen cd, software, cintas de video, dvd e inclusive instalaciones para usar Internet. La Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (Library of Congress) de Estados Unidos, ubicada en Washington D. C., es en el presente la más grande y majestuosa del mundo, le siguen la British Library, la Biblioteca Nacional de Francia, la Biblioteca Nacional de España, o la Biblioteca Vaticana.
Actualmente el desarrollo de las tecnologías
de la información y la comunicación han llevado inclusive a cuestionar
la permanencia del libro, de hecho ahora no sólo se habla de grandes
bibliotecas, sino de las bibliotecas virtuales, de la posibilidad de
consultar infinidad de libros con sólo deslizar el dedo en una pantalla.
Sin embargo el desarrollo no corre parejo. Si bien existen muchas
bibliotecas públicas, más o menos surtidas, mejor o peor equipadas,
cabe decir que a medida que uno se aleja de los centros urbanos de mayor
importancia, también se puede despedir de la posibilidad no digamos de
encontrar una biblioteca, sino, inclusive, de tropezar con un libro.
Por
eso, en Colombia, en Venezuela, en Chile, en Perú, en México, en Kenia o
en Etiopía (si hablamos de países del tercer mundo), pero también en
países desarrollados como España, Alemania o Dinamarca se han planteado
diversas maneras para llevar la lectura y fomentarla en zonas rurales o
urbanas a las que es difícil llegar.
En Colombia, Luis Humberto Soriano Bohórquez, profesor de Literatura del Departamento de Magdalena con dos burros, Alfa y Beto
(la unión de estos dos nombres hace la palabra alfabeto), durante 8
años ha atravesado las montañas colombianas con su “biblioburro”, para
llevar los libros de español, matemáticas, geografía y biología a los
pueblos y veredas más apartados. Empezó con 70 libros y en la actualidad
lleva más de tres mil libros donados.
En Venezuela, como parte del Programa Red de Escuelas Rurales Emprendedoras, dos mulas, Cenizo y Chiquito cubren la zona andina de Trujillo. Las “bibliomulas” llegan a las comunidades de Calembe, Macojó y La Laguna una vez al mes.
En
Chile, en la isla de Chiloé existe el programa Los Libros Navegan por
el Archipiélago de Quinchao, que desde 2001 atiende a niños, jóvenes y
adultos de ocho islas.
En
Perú, la Biblioteca Comunitaria Obraje, como parte del Proyecto Futura,
lleva libros a los niños de comunidades y los transporta por medio de
motocicletas.
En Kenia, una biblioteca ambulante compuesta por varias caravanas, con tres camellos cada una (“Camel Mobile Library”): uno lleva doscientos libros, otra una carpa y el último las pertenencias de los bibliotecarios, recorre el desierto…
En Etiopía el ciudadano etíope-norteamericano Yohannes
Gebregiorgis administra una burrobiblioteca y su mayor obstáculo,
además de la transportación que a resuelto con una carreta jalada por
burros, es encontrar libros en los idiomas comúnmente hablados en ese
país.
En México, en Abasolo. Tlacolula, en el estado de Oaxaca, la Fundación Alfredo Harp Helú y el dif estatal realizan una labor importante en la zona llevando libros a través de un remolque al que llaman Carretón de la Lectura.
En el estado de Guanajuato, el Centro para los Adolescentes de San Miguel de Allende (casa), además de otras labores de servicio social, desde 2006 implementó
un programa de fomento a la lectura en las escuelas de la zona urbana y
rural, además tiene una biblioteca —cuyo fondo se ha formado gracias a
la generosidad de las personas e instituciones que les han donado
libros— que se ha convertido en un espacio de comodidad, de aprendizaje y
de diversión específicamente para las personas de bajos recursos.
Ciertamente, todos éstos son ejemplos admirables y que es necesario dar a conocer. Pensar en estos héroes un tanto anónimos nos deja realmente sin palabras, observar desde aquí, desde la comodidad de nuestras casas su labor suscita en nosotros sentimientos encontrados. Por supuesto, una gran admiración, pero también una sensación de incomodidad, y muchas, muchas preguntas. ¿Por qué en plena era moderna, cuando la globalización ha acortado las distancias y las tecnologías de la información y la comunicación nos permiten hablar con alguien que se encuentra en el otro extremo del mundo, ver en vivo la guerra que se escenifica en cualquier punto del planeta, conectarse, a través de las redes sociales, simultáneamente con diferentes individuos, grupos o instituciones e interactuar con ellos sin siquiera conocerlos, o simplemente leer un texto con sólo deslizar el dedo en una pantalla… Por qué aún existen seres en tal abandono? Sin ánimo de analizar el porqué de la miseria, de la desigualdad o de la desnutrición y a sabiendas de que a los ojos de muchos la inexistencia de libros, ante otros problemas, es algo de poca importancia, como lectores ávidos no podemos dejar de sentir una infinita tristeza al ver a estos burritos o estos camellos cargados de libros, al observar las caritas de los niños que abren los libros como si fueran objetos de otro planeta. Así que cuando en la comodidad de nuestro hogar nos encontremos inmersos en el placer que un libro puede brindarnos, en la felicidad inconmensurable que una gran historia nos ofrece; cuando en una librería recorramos con la mirada los estantes llenos o pasemos las hojas de los libros que han llamado nuestra atención, en fin, cuando deslicemos el dedo en la pantalla de nuestro “e-book”, pensemos en los millones de seres que el destino ha privado no ya de todos las comodidades de las que nosotros gozamos, sino de ese placer infinito que consiste en tener un buen libro en las manos, del deleite de leer una buena historia. Pensemos qué es lo que está mal y si podemos hacer algo… por ejemplo, algo tan sencillo como donar un libro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario