jueves, 9 de enero de 2014

El país que dejó de leer



 

 
Por David Toscana.- New York
Al principio de la semana noté, entre las ofertas de trabajo del periódico Reforma, un anuncio de un restaurante en la Ciudad de México que buscaba lavaplatos. El requisito: un diploma de secundaria.

Hace algunos años, la escuela no era para todos. Los salones eran espacios para la disciplina y el estudio. Los maestros eran figuras respetadas. Los padres incluso les otorgaban el permiso para castigar a sus hijos por medio de bofetadas o jalones de orejas. Pero por lo menos en esos tiempos, las escuelas buscaban ofrecer a sus estudiantes una vida más digna.

Hoy más que nunca hay un mayor número de niños inscritos en el sistema educativo, pero aprenden mucho menos. Casi no aprenden nada. La proporción alfabetizada de la población mexicana está creciendo pero, en números absolutos, hay más analfabetas en México hoy en día de los que había hace 12 años. Aunque el alfabetismo básico, o sea la habilidad para leer señalamientos urbanos o el título de algún reportaje periodístico esté creciendo, el hábito de leer un libro permanece estancado. Alguna vez considerado un país bien educado, México ocupó el penúltimo puesto, de 108 países, en un sondeo conducido hace algunos años por la UNESCO sobre hábitos de lectura.

Uno no puede sino preguntarle al sistema educativo mexicano: ¿Cómo es posible que te entregue a mi hijo durante seis horas al día, cinco días a la semana y me regreses a alguien básicamente analfabeta?

A pesar de recientes avances en el desarrollo industrial y un número creciente de egresados en ingenierías, México se está estancando en materia social, política y económica debido a que muchos de sus ciudadanos no leen. Tras su llegada al poder en diciembre, nuestro nuevo presidente, Enrique Peña Nieto, anunció inmediatamente un programa para mejorar la educación. Esto es típico. Todos los presidentes lo hacen al asumir el cargo.

Y ¿cuál fue el primer paso para mejorar la educación? Encarcelar a la lideresa del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo – cosa que hizo la semana pasada. Se sospecha que la señora Gordillo, quien dirigió al sindicato de 1.5 millones de miembros durante 23 años, malversó alrededor de 200 millones de dólares.

Ella debe estar tras las rejas; pero una reforma educativa enfocada en los maestros en lugar de los estudiantes no es nada nuevo. Por muchos años, el trabajo del secretario de educación no ha sido educar a los mexicanos, sino lidiar con los profesores y sus temas laborales. En México, nadie organiza tantas huelgas como el sindicato de maestros. Y tristemente, muchos profesores, quienes compran o heredan el puesto, carecen a su vez de la educación necesaria.

Durante una huelga en 2008 en Oaxaca, recuerdo caminar por el campamento temporal en búsqueda de algún profesor leyendo algún libro. Entre decenas de miles, no logré encontrar uno solo. Lo que sí encontré fue gente escuchando música a todo volumen, viendo la televisión, jugando a las cartas o el dominó, vegetando. También vi un par de revistas sensacionalistas.

Así que no me debió haber sorprendido la respuesta que recibí de una audiencia de aproximadamente 300 adolescentes de entre 14 y 15 mientras conducía un evento en pro de la lectura. “¿A quién le gusta leer?” pregunté. Sólo una mano se alzó en el auditorio. Elegí a cinco de la mayoría ignorante y les pedí que me dijeran por qué no les gustaba leer. El resultado fue predecible: tartamudearon, se quejaron y se impacientaron. Ninguno era capaz de articular una frase, de expresar una idea.

Frustrado, le pedí a la audiencia que se levantara y fuera a buscar algún libro para leer. Uno de los profesores se me acercó, muy consternado. “Todavía tenemos 40 minutos”, me dijo. Le pidió a los chicos que se sentaran de nuevo, y comenzó a contarles una fábula sobre una planta que no lograba decidir si quería ser una flor o una col.

“Señor – le susurré – esa historia es para niños de kínder”.

En 2002, Vicente Fox inició un plan nacional de lectura; escogió como vocero a Jorge Campos, un popular jugador de futbol; ordenó imprimir millones de libros y mandó construir una inmensa biblioteca. Desafortunadamente, los maestros no fueron capacitados adecuadamente y a los niños no se les dio tiempo para leer en la escuela. El plan se enfocó en el libro en lugar del lector. He visto bodegas llenas de cientos de miles de libros olvidados, destinados originalmente para escuelas y bibliotecas, esperando simplemente a que el polvo y la humedad los conviertan en basura.

Hace algunos años, hablé con el secretario de educación de mi estado natal, Nuevo León, acerca de la lectura en la escuela. Me miró, sin comprender qué quería. “En las escuelas a los niños se les enseña a leer”, me dijo. “Sí – le contesté – pero no leen”. Le expliqué la diferencia entre saber leer y leer de hecho, entre descifrar anuncios en la calle y acceder al canon literario. Se preguntaba cuál era el punto de que los estudiantes leyeran a Don Quijote. Me dijo que teníamos que enseñarles a leer el periódico.

Cuando mi hija tenía 15 años, su profesora de literatura prohibió todas las obras de ficción en el salón. “Vamos a leer libros de texto de historia y biología – les dijo – porque así aprenderán y leerán al mismo tiempo”. En nuestras escuelas, a los hijos se les enseña lo que es fácil de enseñar y no lo que necesitan aprender. Es por esta razón que en México – y muchos otros países – las humanidades han sido dejadas de lado.

Hemos convertido a las escuelas en fábricas que escupen empleados. Sin ningún tipo de reto intelectual, los estudiantes pueden avanzar de un grado a otro mientras asistan a clase y se rindan ante sus maestros. A la luz de lo anterior, es natural que la secundaria este capacitando choferes, meseros y lavaplatos.

Esto no sólo se trata de un mejor presupuesto. México gasta más de 5 por ciento de su producto interno bruto en educación – prácticamente el mismo porcentaje que los Estados Unidos. Y tampoco se trata de teorías pedagógicas y nuevas técnicas que busquen atajos. La máquina educativa no necesita un ajuste, necesita un cambio completo de dirección. Necesita hacer que sus estudiantes lean, lean, lean.

Pero quizás el gobierno mexicano no está listo para que su gente esté verdaderamente educada. Sabemos que los libros dan a la gente ambiciones, expectativas y un sentido de dignidad. Si mañana despertáramos tan educados como los finlandeses, las calles estarían llenas de ciudadanos indignados y nuestros asustados gobiernos se estarían preguntando de dónde sacaron estas personas algo más que la formación de un lavaplatos.
 
*Escritor regiomontano, se graduó como Ingeniero Industrial y de Sistemas en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). En 1994 formó parte del International Writers Program, en la Universidad de Iowa, y, en 2003, del Berliner Künstlerprogramm. Su novela El último lector recibió los premios Antonin Artaud, el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada y el Premio José Fuentes Mares. En 2008 recibió el Premio Casa de las Américas de Narrativa José María Arguedas por El ejército iluminado.
 
 
 

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